miércoles, 30 de abril de 2014

Los géneros en el Renacimiento I. (Mujeres eruditas)


Ya se empezaba a imponer entre las mujeres españolas la costumbre de practicar las labores de hogar y la imposibilidad de acceso a la vida pública. Corrían los primeros años del siglo XVI, aunque en la sociedad española subyacía un concepto de la mujer diferente al que pretendía imponer el patriarcado.
La llamada Contrarreforma reforzaría esos hábitos y llevaría definitivamente a la mujer a los ámbitos que les quedaban reservados: la casa o el convento. Al fin y al cabo una suerte de jaula de oro en la que proteger a la joya mas apreciada de la familia, la mujer, que era la única que podía garantizar la seguridad de la transmisión de la descendencia, una cuestión biológica que determinó su reclusión.
Pero todavía eran momentos de transición y quien gobernaba en España era una mujer, Isabel I, quien además no tuvo por costumbre acceder a los dictados de las convenciones. 
Además en el ámbito popular era posible encontrar situaciones de cierta igualdad como es el hecho de que en las fiestas se celebraran tradiciones de origen medieval como los primeros precedentes de concursos de belleza, la elección de mayas y mayos (majas y majos) que durante la primavera representaban el nacimiento del amor.

El nacimiento de Venus de Boticelli
Por si esto fuera poco, los juegos populares en forma de carreras (palios) tenían dos variantes y era posible acudir a carreras entre hombres y también entre mujeres. Otro detalle nos lleva a que los matrimonios fueran una especie de uniones libres, que sólo requerían el propio deseo de los contrayentes en base a su amor, alejados del sentido político de los matrimonios nobles, que tenían otra intencionalidad social y económica. Sólo en este contexto es posible encontrar dos casos tremendamente elocuentes de la situación. Casos únicos en el mundo y en la historia, como son los de Beatriz Galindo -La Latina- y el de Luisa Medrano.
Beatriz Galindo, quien por cierto da nombre al barrio madrileño de La Latina, fue una gran estudiosa del latín hasta el punto de convertirse en una de las más afamadas del país; también poseía amplios conocimientos en materia de medicina y teología, razón por la cual fue llamada por la reina Isabel para encargarse de la formación de sus hijos. Estuvo muy ligada al ámbito académico y fue una mujer muy influyente en la época. Falleció en 1535 y por suerte para ella no vería los cambios que se producirían en la sociedad europea posteriormente cuando el papel de la mujer en la sociedad cambió por completo. 

Monumento a la Latina en Navalcarnero. Salvador Amaya. 
Claro que todavía mayor proyección tuvo quizá la trayectoria de Luisa Medrano, aunque resulte menos conocida. Luisa (en otros casos conocida como Lucía) cuenta con una biografía muy escasa, ya que apenas se conocen aspectos de su vida y mucho menos su obra que ha desaparecido, pero es sabido que fue la primera mujer profesora universitaria de la historia universal y lo hizo con apenas 24 años, sustuyendo nada menos que al más sabio entre los sabios en España, Antonio de Nebrija, lo que da una idea del nivel intelectual de esta mujer. Hablamos de la primera mujer catedrática del Mundo, avanzando en 400 años a la catedrática francesa y premio novel Maríe Curie y en muchos más a María Zambrano o María Moliner, referencias universitarias españolas.
Todas eran bellas, seguro, aunque en el caso de Luisa Medrano, no hayan llegado imágenes. Sí que ha trascendido algún conocido escrito por parte de un no poco menos erudito autor Lucio Marineo Sículo, admirador de Luisa. De ella dijo: "Tu que en las letras y elocuencia has levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres, que eres en España la única niña y tierna joven que trabajas con diligencia y aplicación no la lana sino el libro; no el huso sino la pluma; no la aguja sino el estilo"
No cabe duda de que mujer y belleza no están reñidas con sabiduría y conocimiento, algo que hoy debería estar superado, pero que algunos estereotipos tienden a minimizar. Incluso algunos modernos que pretenden relegar a la mujer no ya a su antigua jaula de oro sino a un puesto igualmente vacío como el de mercancía estética.

sábado, 19 de abril de 2014

Una Semana no tan Santa

No cabe duda que buena parte de la población celebra la Semana Santa ajena al sentir religioso general y aprovecha los días de vacaciones para trasladarse a la playa o pasar unos días en el campo y es que la celebración religiosa no es del todo universal, especialmente en esta sociedad laica en la que nos encontramos. Sin embargo, a veces, incluso la vertiente celebrativa religiosa encuentra algunas anomalías no siempre demasiado respetuosas con la forma más ortodoxa de entender los días de pascua.
Así hasta en las propias celebraciones religiosas podemos encontrar actitudes que poco tienen que ver con la religión, algo que es rastreable en muchos pueblos de toda la geografía española, aunque en este caso nos vamos a centrar en los pueblos de Albacete donde existen varios ejemplos muy interesantes.
Sirvan de ejemplo la derivación celebrativa de exaltación del tambor existente en la franja este de la provincia, donde las tamboradas de Tobarra y Hellín han adquirido fama internacional.
En ellas el sentir religioso queda en un segundo plano y las actividades de exaltación de la comunidad pasan por realizar el acto común de tocar el tambor a todas horas, durante prácticamente cuatro días desde Miércoles Santo hasta el día de la Resurrección. Esta actividad tiene poco que ver con la religión y probablemente provenga de derivaciones contemporáneas de la propia fiesta religiosa, en el que la Semana Santa se ha convertido en una ocasión para el ocio sin perder el sentimiento de comunidad.

Semana Santa de Tobarra
Muchos de los participantes en las tamboradas no son necesariamente creyentes y no tienen por qué participar en los actos más puramente religiosos como las procesiones, ni mucho menos en eucaristías y liturgias, que son los más ortodoxos, en extraños casos que siempre han caracterizado esta España paralitúrgica.
Claro que para anomalía la que se puede encontrar en la población norteña de Casas de Ves, una pequeña comunidad albaceteña cercana al Jucar. En ella se produce un rito probablemente único en todo el mundo católico. Se trata de la plantación de un mayo el mismísimo día de Viernes Santo.
Me resulta complicado realizar una comparación, pero sería poco más o menos como sí en un velatorio acudiera un cuadro flamenco a amenizar la velada.
Para los profanos (en la materia) el mayo -sencillamente un árbol, que como tótem se planta en un lugar central- originalmente constituía la celebración pagana de exaltación de la primavera y de la estación del amor; es decir todo lo contrario al significado de la Semana Santa que propugna la contención de los instintos de alegría y el recurso al dolor por la muerte de Cristo. Una especie de akelarre vital en plena tragedia que les lleva a plantar mayos incluso en la misma puerta de la iglesia.
Durante siglos la religión intentó no siempre con éxito cristianizar la costumbre de los mayos y tendió a convertir el árbol en una cruz, a fin de eliminar los restos paganos de la sociedad en una celebración posteriormente conocida como las cruces de mayo, algo que en Casas de Ves no ocurrió. Incluso fue al revés, ya que se eligió el día más significativo de la cristiandad para realizar la plantación del mayo, que carece en este caso de cualquier significación religiosa ya que no hay rastros de cruz y religión por ningún lado y sí de carnaval, bullicio y fiesta pagana. Algo totalmente increíble que si no lo llego a ver con mis propios ojos nunca lo hubiera dado por cierto.

Un mayo en Viernes Santo

Esta costumbre ha sobrevivido a la Contrarreforma, a la Inquisición, a la influencia de la religión o al franquismo; incluso a la propia autorrepresión del espíritu y hoy en día nos muestra que la lucha entre don Carnal y doña Cuaresma que ya describiera el mismísimo Libro del Buen Amor tiene un episodio destacado en esta población albaceteña y nunca ha quedado cerrada del todo.
Pero la cosa no queda aquí y durante los días sucesivos tienen lugar enrramadas, exaltación de la relación amorosa en forma de albricias -regalos primaverales a las parejas- y una romería; ahí es nada. Eso no quita para que también haya actos religiosos, procesiones, misas y otros actos, siempre con un toque muy sui-géneris en una mezcla única en España.
Una fiesta de un pueblo pequeño que carece de interés turístico y todas esas cosas oficiales y que muchos la verían como una especie de romería de pueblo, pero no cabe duda de que el valor antropológico de esta fiesta es impresionante, tan grande como un pino y nunca mejor dicho.
A todos aquellos que no la conozcan y que valoren su significado les invito a hacerlo porque no van a ver nada igual. Yo todavía me encuentro estupefacto y no me queda nada más que recomendar a aquellos que les llamen la atención las fiestas a ver algo así; en todos los años que llevo estudiando fiestas populares nunca vi algo semejante que corrobora que la Semana de Pascua no es tan santa como parece en todos los lados. Será cuestión de seguir hablando con la primavera.
Dos mayos en la puerta de la iglesia