Durante estos días he estado muy atento, como muchos de mis compatriotas -por llamarles de algún modo-, a eso que está pasando en España en relación al mundo de las patrias y sentimientos nacionales. Ya han sido varias las expresiones emitidas por este mismo canal o bien por Twitter sobre ello, dentro del aluvión de opiniones que este tema está despertando; aunque la mayoría de las mismas, en mi caso, han aflorado desde una posición jocosa, pues en realidad, si lo frivolizamos, es de lo más gracioso que le ha pasado al país en los últimos cuarenta años. De ahí la entrada del blog que resumía mi visión desde un "planteamiento berlanguiano" -como se puede ver en enlace existente bajo esas palabras-. Sin embargo, considero que debo hacer otro planteamiento algo más serio y también crítico con la situación porque sencillamente cualquier visión sobre la idea de un conjunto de personas debería empezar por un ejercicio de autocrítica, algo que se echa de menos en los planteamientos nacionalistas al uso, donde lo mío es lo fantástico y lo ajeno lo pernicioso. Así pues, empezaré a dar diestro y siniestro, lo me generará dicho sea de paso un halo de equidistancia, que tanto se lleva hoy, aunque no hay mejor equidistancia que no sea crear el malestar de ambas partes, que es lo que también espero. En resumidas cuentas, analizo y pongo en consideración de todos mis opiniones.
El contexto internacional.
El contexto internacional.
No hay más que ver lo que está pasando en EE.UU durante estos días en relación a la polémica sobre la bandera, arrodillamientos y demás escenas protocolarias que acompañan a la entonación del himno en todos los actos públicos, para comprender que el fenómeno de cómo enfocar el nacionalismo es universal y algo está cambiando la concepción de los países que sobre sí mismo tienen.
La visión de los asistentes a un evento que escuchan y cantan el himno nacional americano con la mano en el corazón es ya una visión caduca del reflejo de sentirse integrante de una patria, precisamente cuando sus cabezas gobernadoras, cristalizada en el actual presidente, han hecho gala de un sentido del patriotismo xenófobo y excluyente, no integrador de minorías, al contrario de lo que siempre fue Estados Unidos, creando una notoria crisis de identidad nacional.
Claro que si vemos nuestro propio país, apaga y vámonos, ya que la cosa es si cabe más lamentable y lo digo por más que a uno le duela en el fondo de su corazón, que parece que esto de los patriotismos es algo tan intenso que genera una congoja muy profunda.
El caso español.
En nuestro caso, observando las escenas de patriotismo descarnado que se suceden por todo el país, no puedo sino sentir vergüenza, aunque todavía no sabría si decir propia o ajena.
Desde que lo patriótico quedó asociado a épocas pasadas, hemos desarrollado en España un patriotismo de baja intensidad, sólo rota con alguna que otra expresión de éxito deportivo, cuyo tono festivo camuflaba un nacionalismo realmente vago y una pobre escenografía, dicho sea de paso.
No hay más que comparar la solemnidad de cantar el himno americano en pie y con la mano en el corazón, con el chunda, chunda y el Viva España de Manolo Escobar, acompañado en el mejor de los casos de un "lo,lo,lo". Clara está la diferencia y parece evidente que cualquier cosa es mejor que la última parafernalia nacional que se conozca, reflejada en el brazo en alto, la letra de Pemán y el "Arriba España".
Por ello, el salto a la seriedad de los acontecimientos actuales ha dejado a los españoles huérfanos de parafernalia patriótica y la sucesión de estampas identitarias no deja de ser cuanto menos ridícula.
Salir a despedir a unos funcionarios públicos, que hacen su trabajo, al son del "A por ellos, oe" a mi personalmente no me resulta demasiado edificante. Mucho menos hacerlo con banderas del pollo, desde luego, pero demostrado queda que lo del nacionalismo en España deja mucho que desear y en sus imágenes modernas cabría calificarlo como de pueril, al menos.
Además sus valores, religión, tauromaquia o historia están siendo puestos en tela de juicio por la sociedad postmoderna que deja con un importante vacío cultural a nuestro país. Por si eso fuera poco juega con un nacionalismo republicano que le hace la competencia y tampoco ayuda mucho el salir a despedir a los policías como si se fueran a la guerra de Cuba en una imagen rancia propia del siglo XIX.
Cataluña.
Contrastado queda en comparación con el sentimiento de nacionalismo periférico que tienen en Cataluña. Un largo periodo de adoctrinamiento y desarrollo ha generado un intenso repertorio simbólico. Desde el "sí" hasta la estelada, pasando por un himno cantado y eslóganes bien desarrollados, demuestran lo que incluso parece una campaña de márquetin bien planificada. La diferencia no deja de ser evidente, cuando la única iniciativa en ese sentido llevada a cabo por españoles fue la de incluir un toro en la bandera, algo que por cierto fue copiado por los catalanes que desarrollaron lo mismo, pero con un burrito. Si lo copian los catalanes, que de esto de naciones saben mucho, es porque será bueno.
Claro que no todo va a ser bueno en el caso catalán, porque si la imagen es excelente -como mucho un poco friki- el fondo es nauseabundo, ya que esconde los más perversos vicios del nacionalismo totalitario y excluyente del siglo XX. Es supremacista y xenófobo, generando la marginación del diferente, siempre que este sea un "fascista opresor" puesto que con otros "extranjeros" se muestra condescendiente, -si pasan por el aro del catalán, claro-. En definitiva, nacionalismo de la peor especie y del máximo peligro, sólo comparable al del brazo en alto, si bien 2.0, que es lo que se lleva ahora.
Eso sí, se exige libertad, pero no una libertad individual, sino la de un pueblo, ni más ni menos.
Una, grande y la "terra" lliure.
Y aquí es donde me detengo porque al fin he descubierto el nacionalismo que no quiero. El juego de palabras del eslogan no puede ser más evidente y es que cualquier tipo de nacionalismo que habla de patrias "libres" me pone absolutamente los pelos de punta. No hay cosa más rancia ni perniciosa y me da tremenda pena que en mi país -hasta nueva orden con Cataluña incluida- se extiendan este tipo de planteamientos. Y es que en efecto las patrias no pueden ser libres, sólo pueden serlo sus habitantes.
Aquí flojea seriamente el nacionalismo catalán ya que la libertad de la patria lleva irremediablemente a la esclavitud de los individuos, también a la marginación del disidente.
Así las cosas creo que nos queda mucho que aprender sobre el nacionalismo, patriotismo, sea postmoderno o no y se llame como se llame, del siglo XXI; aunque creo que debe de tener una cosa clara y es que debe de defender mi libertad y la de mis compatriotas, de todos, es algo que le exijo a mi país. Una libertad que os permita incluso odiarme profundamente por las cosas que digo, si es que alguien se da por ofendido. Y eso es algo que, supongo, que no se puede conseguir sólo a base de Guardia Civil.
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