Como a todo el mundo, me han estado bombardeando con la última versión del sistema operativo Windows 10. De hecho, no han parado hasta que me lo he instalado pues como antiguo usuario de Windows -ya ni me acuerdo- tenía derecho a renovarlo gratuitamente. Al principio era sólo una opción, pero al final ya no había posibilidad de mantener el sistema operativo con el que me encontraba tan a gusto y que no quería cambiar. Sin embargo, he tenido que tragar con ruedas de molino y acabar instalando el 10.
No quiero entrar en cuestiones sobre si es mejor, peor o lo que sea, sino simplemente en la cuestión de fondo. ¿Si a mi me resulta cómodo mi actual sistema, por qué tengo que cambiarlo?
Ocurre lo mismo con mi teléfono móvil, del cual disfruto desde hace 4 años. Me va perfectamente, a las mil maravillas, salvo cuestiones como la cantidad de archivos que no quito y que colapsan la memoria de mi teléfono. Bueno, es cuestión de limpiarlo, pero sólo tengo que decir que me funciona a la perfección y, si es así, ¿Por qué tengo que cambiarlo?
La explicación es de lo más sencilla.
Obsolescencia programada.
Todos nos quedamos un poco sorprendidos cuando descubrimos a través del extraordinario documental de Cosima Dannoritzer sobre la obsolescencia programada, que los productos no es que no duren porque son malos, si no que existe una intencionalidad de hacerlos perecederos para fomentar el consumismo.
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Enlace al video
https://www.youtube.com/watch?v=ZTVOBBbnjv4
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Una bombilla podría estar perfectamente capacitada para durar años y sin embargo se rompen muy pronto. No interesa que los productos duren porque, si no, no se vuelven a comprar nuevos productos y la producción disminuye. Si todos tenemos lavadoras que funcionan perfectamente y que además conocemos su mecanismo para qué vamos a comprar una nueva. Por eso resultaba conveniente crear defectos para que al final fuera necesario comprar una nueva. Como hay tanta demanda, resulta incluso más barato comprar una nueva que reparar una vieja. Solución: tirarla. Pero el sistema ha dado una nueva vuelta de tuerca.
Ahora ya no se trata de esperar a que se rompa, es necesario generar la necesidad de actualizarse para aumentar la carrera del consumo y en ello están las marcas tecnológicas. De ahí que se esté potenciando la cultura de la actualización. Un mecanismo psicológico que va más allá de cualquier otra necesidad.
Las actualizaciones.
Un usuario puede estar a punto de cerrar el negocio de su vida, de terminar un trabajo con un plazo que expira, incluso de esperar el anuncio de que va a salir del corredor de la muerte antes de cumplir la máxima pena, pero si en ese momento llega la actualización del sistema operativo cualquier urgencia pasa a un segundo plano. El aparato se empieza a actualizar y puede tardar horas en completarse, incluso generar problemas de funcionamiento. ¿Alguien puede explicarse esta situación? En el mejor de los casos, una pestaña te acompaña durante la vida útil del producto recordándote que puedes actualizarlo o recordártelo más adelante. No tienes escapatoria. Como además hay que ser experto informático para deshabilitar el anuncio y no aparece ninguna opción que diga ¡déjame en paz que estoy bien como estoy!, pues vamos como vamos. Nos preparan para un nuevo de tipo de consumo en el que no hay una necesidad de cambiar, sino de simplemente estar actualizado.
Incluso, entre los amigos, si exhibes un modelo anticuado de móvil puedes ser objeto de burla con comentarios de ¿dónde vas con el ladrillo? en el mejor de los casos.
Esta dinámica ya existe en el mundo del automóvil donde tener un modelo anticuado puede generar no sólo risas, sino graves inconvenientes como el de tener que pasar la ITV continuamente, además de pasar como una persona miserable que no puede cambiar su coche cada x años. Nos dirigimos hacia la cultura de la actualización.
Graves inconvenientes.
La cosa no dejaría de ser una anécdota, por más que no haya llegado a tiempo la orden de conmutación de tu pena de muerte, si no fuera por los graves problemas sociales que acarrea. Entre ellos sólo unos cuantos.
Si no hay necesidad de reparar, no hay necesidad de reparadores. Valga como ejemplo los zapateros remendones, que ya son sólo un recuerdo del pasado. Sencillamente es más barato comprar unos zapatos nuevos que arreglar los que ya tienes. Con ello, el tejido social de reparadores desaparece. Los mismo ocurre con los que arreglan electrodomésticos y podría ocurrir en el futuro con los que arreglan los coches, que se mantienen sólo por lo caro que resulta comprar un coche. No obstante más de uno habrá hecho cuentas de lo que cuesta una reparación en su coche y habrá llegado a la conclusión de que, por lo que cuesta el arreglo, me compro uno nuevo. Pero en cualquier caso intuimos el problema, la economía se deslocaliza y sólo fomenta la riqueza en aquellos lugares en los que se producen los coches. Como además el sistema sólo funciona si la producción es barata, los sueldos van a ser bajos ya que hay muchas posibilidades de contratar y la gente es capaz de ofrecerse por menos dinero para cubrir sus necesidades, que son de continua actualización. Sin duda el sistema funciona.
Claro que siendo este un problema grave, no es si cabe el mayor.
La destrucción de los recursos.
Consumir, actualizar y deshacernos de lo viejo, consumir, actualizar y deshacernos de lo viejo. Esa es la rueda, el círculo vicioso, pero invito a hacernos una nueva pregunta. ¿Y qué hay de lo que tiramos? y lo que es peor ¿Qué hay de lo que necesitamos para construir nuevos productos?.
En efecto, una continua destrucción de los recursos naturales hasta niveles nunca vistos por la humanidad.
Podría hablar de la destrucción de la Amazonía un poco como símbolo de la nueva sociedad de consumo, pero considero que hay otros ejemplos más esclarecedores. Poca gente sabe que en el océano pacífico hay un auténtico vertedero conocido como la Isla de la basura en la que se acumulan residuos fundamentalmente plásticos, que flotan empujados por las corrientes.
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/06/30/53b1b322268e3e081c8b459f.html
Pues bien, esa isla es actualmente de grande como tres veces España, lo que supone más de un millón y medio de kilómetros cuadrados. En definitiva, una auténtica barbaridad, aunque otras fuentes dicen que todavía es mayo. Súmense otras islas menores en ese y otros océanos, los residuos que no flotan y que se encuentran en los fondos. Los residuos diseminados. Sería imposible calcular las toneladas y toneladas de basura que hay en el mar, eso sin tener en cuenta la que tenemos en la tierra.
Sumémosle la destrucción que supone producir. El caso es que ya me aburre a la vez que me deprime. Y nosotros venga a actualizar.
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Incluso su tamaño podía ser mayor
http://verdezona.blogspot.com.es/2014/01/las-isla-de-basura.html
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Encuesta.
Me han preguntado en una encuesta desde Windows 10 que si recomendaría a alguien esta nueva versión de su producto y por qué lo haría o no. En vez de contarle las razones he preferido hacer una entrada en mi blog, explicándoselo a todo el mundo. Al menos quien se encargue de recibir este tipo de respuestas no dirá, ¡Vaya un tío retrógado y anticuado! ¡No está actualizado! ¡No conviene como cliente!
No estoy actualizado ni lo voy a estar, seguiré con mi teléfono móvil hasta que se caiga a pedazos y mucho me temo que no facilitaré el trabajo de las actualizaciones. A mi me gustan las cosas como están y cómo me he acostumbrado. Al fin y al cabo resulta mucho más fácil andar sobre la tierra que sobre una Isla de Basura.
Fotografías: Pixabay, salvo enlaces.